Moverse es más que salir a rodar, es una decisión que nos invita a conocernos en distintos contexto.
Ubicarnos en otro lugar, nos impone desde el inicio descubrir qué somos capaces de hacer y hasta dónde podemos llegar. Puestos fuera de coordenadas conocidas y lejos de nuestra zona de confort un universo de posibilidades se abren.
Cada vez que nos movemos generamos un cambio, estamos tratando de ir con lo que construimos un poco más allá. Seguir adelante con los pocos o muchos recursos que tenemos, tratando de llegar más lejos, físicamente, pero también intentando descubrir en cada movimiento, nuevos paisajes, distintas maneras de relacionarnos con el entorno.
Pero el movimiento no es privativo de nuestra persona, el universo también hace lo suyo, y nos coloca muchas veces en lugares impensados, e inevitablemente tendremos que hacer uso de todas nuestras destrezas para adaptarnos a la genialidad de ser nosotros improvisando, en contextos desconocidos, quizás únicos y tal vez irrepetibles.
Cada acción, cada paso, cada bocanada de aire, cada recorrido, cada viaje, es una carrera que iniciamos con la convicción de saber que algo bueno nos traerá. Esa debería ser la premisa, creer que todo es posible y que lo posible será algo bueno. Saber que esto también es parte de una búsqueda tan personal como sea el compromiso que asumimos con nosotros mismos el día que decidimos ponernos en movimiento.
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